A Tonino, in memoriam

Residencia Mamá Margarita, Béjar

Redacción i-bejar.com
Julio 14, 2008

Conocí a Antonio Herrero, Tonino, allá por el año 1987, cuando apenas llevaba dos meses viviendo en Salamanca. Tras dar muchas vueltas por el Patronato Municipal de Deportes, mi padre logró dar con la Escuela Municipal de Fútbol que Tonino había fundado.

La Voz de Salamanca (Gorka Esparza) / Conocí a Antonio Herrero, Tonino, allá por el año 1987, cuando apenas llevaba dos meses viviendo en Salamanca. Tras dar muchas vueltas por el Patronato Municipal de Deportes, mi padre logró dar con la Escuela Municipal de Fútbol que Tonino había fundado.

Fue la suya, una aventura de plena dedicación. Recorría el viejo Garrido reclutando chavales que jugaban en la calle en porterías marcadas con tiza. Algunos de los primeros en llegar (eran los mayores) fueron Javier Simón, que a la postre fue entrenador, educador y amigo que, antes de morir, nos dejó un recuerdo imborrable, o Juan Carlos Herranz, que ha triunfado como fisioterapeuta, entre otros, de la selección española de fútbol. Por entonces, la Escuela era muy modesta. Las camisetas, naranjas y blancas, apenas tenían el escudo del Patronato y la palabra ESCUELA y el dorsal marcados con cinta adhesiva.

Tonino trabajaba en aquel diminuto despacho del desaparecido Campo Municipal de Garrido. Dirigía los entrenamientos, tallaba a los niños, enseñaba a los adolescentes las reglas básicas de higiene, abroncaba a quienes siempre encontraban una excusa para no regresar a casa a hacer sus tareas escolares, hacía los carnés, encargaba los bocadillos de las excursiones y en los días de lluvia, nos enseñaba en la caseta los entresijos del fútbol. Así aprendimos lo que era “estar en orsay”, el significado de jugar la pelota, o cómo actúa un “líbero” –concepto que confundí con ir por libre, por lo que me cayeron un par de vueltas al campo-. Nos hacía soñar a todos los niños que allí participábamos con llegar a ser futbolistas.

Podría contar cientos de anécdotas vividas con Tonino en cualquier punto de la provincia o en cualquier carretera recorrida con su SEAT 127 marrón, en el que alguna vez llegamos a viajar casi los once integrantes del equipo.

Tenía sin duda mucho carácter. Más de una bronca mayúscula me llevé, y más de una vuelta al campo tuve que dar por llegar tarde a un entrenamiento, por no entender sus indicaciones o por “estar en las Batuecas”.

En la Escuela Municipal de Fútbol permanecí once temporadas. En las últimas, no sólo Tonino tenía ya un papel menor, sino que la esencia de aquella escuela estaba desdibujándose. Avatares políticos, intuyo, hicieron que la Escuela y el equipo, tuvieran que ser asumidos por Navega pues el ayuntamiento tenía ya otros intereses.

Hoy la nostalgia invadirá a quienes paseen por la Avenida de Los Cipreses y no encuentren allí aquel viejo campo embarrado, con aquel pequeño despacho y los fríos banquillos en los que Tonino se tapaba con una manta. Pero, el recuerdo de quienes marcaron nuestra infancia, permanecerá imborrable.

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