Saudade na rua inesquecível
"Nostalgia" en la calle inolvidable - Gerundio de Pensar
La Voz de Salamanca (Javier García Pedraz) / Sabina, en la que para mí es la mejor de sus letras, escribió “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Hace unos días regresé de Lisboa, en un viaje duro y difícil. Ponía en peligro el tan preciado recuerdo de un tiempo inexacto que habla de mí, que forma parte de mi identidad, de esa temeraria aspiración de saber si sé quién soy.
Para salir de la espinosa duda, dejé de lado a Sabina, como de costumbre, para recordar ese relajado tema de Springsteen que, optimista y esperanzado, versa sobre la misma contrariedad de la confrontación con una pasado dulce, pero que sigue siendo pasado: “Everything dies, baby, that´s a fact. But, maybe, everything that dies, somedays come back (…) and meet me tonight in Atlantic City”. Perdido en el horizonte de dudas, Lisboa me recibía extrañada por este retorno a destiempo.
Una pequeña reunión de amigos puede volverse un semillero de dudas y titubeos cuando proyectas el futuro sobre un pasado que, sabedor de que para siempre será pasado, puede cuestionarte el presente, abriendo la puerta a la incertidumbre sobre los motivos reales por los que te levantas de la cama diariamente y abordas cada nuevo día.
Pero allí seguía ella, como siempre, transgresoramente honesta y, a pesar de todo, abierta a la emoción del reencuentro, con un mensaje existencialmente demoledor: “Eu não sei quem te perdeu”.
La ciudad de Pessoa sigue anclada en el siglo que le vio nacer, como sí se resistiese a continuar su propia vida como ciudad dejando atrás la magia del poeta. Si Lisboa es nombre de mujer, como dice un viejo fado, Pessoa es el genio que le da vida.
Lisboa mantenía el semblante cálido y triste de cuando la conocí: “O mundo muda, más Lisboa…é Lisboa”, dijo la vagabunda voz de la Saudade en la inolvidable Rua da Conceição.
Llaman “Saudade” a esa palabra cuya traducción literal sería “soledad”, pero que los lusos insisten en corregir por un sentimiento de extraña nostalgia vital, por esa sensación de amarga despedida que va justo antes de la lágrima que la libera. Si los lisboetas dedican a algo su vida es a despedirse del lugar al que hacen más responsable de su característica personalidad. Lisboeta significa fado; significa llorar un pasado desconocido al que aman y que, ajeno a toda realidad objetiva e histórica, ellos abordan con nostalgia en un presente que sienten como infinitamente decadente. La decadencia lisboeta no está en sus calles, como indican las guías turísticas, sino en sus palabras.
Insisto en que, de todas sus palabras, destaca una de ellas: “Saudade”. La palabra “Saudade” es la que ellos se adjudican como la palabra “más portuguesa”. Si de tal vocablo algo me llamó la atención desde un principio es la asombrosa dificultad que tienen los portugueses para verbalizar su significado. En efecto, cada cultura y cada pueblo crean las palabras en función de lo que necesitan expresar, en función de los constructos que la historia ha ido elaborando en un pensamiento y en una memoria colectiva. Quizá, por ello, sean tan reacios a traducir el término: “Saudade é Saudade, caralho”-me espetó en una ocasión una lisboeta.
Curiosamente, cuando menos me interesaba por entender el término fue cuando, de alguna forma, me encontré con la Saudade. Y cierto es que la Saudade, como toda emoción puramente humana, se alza indescriptible. Los lisboetas me han regalado el poder de darle una palabra a un sentimiento que únicamente me evocaba una extraña luz casi anaranjada de un bonito día que, al igual que un año, acaba recordándome que es parte del pasado, pero de un pasado que ya es mío, y que me permitirá para siempre usar la onírica palabra y revivirla y, así, llevarla dentro, muy dentro.
Y no pide nada a cambio. Lisboa es así.