Otra forma de Estado
Santos Juliá inicia su texto de opinión en EL PAÍS el último domingo del pasado año citando el artículo 56.1 de la Constitución española: El Rey es el jefe del Estado, símbolo de la su unidad y permanencia. La frase utilizada por el historiador y sociólog
La Voz de Salamanca (Daniel Molina) / Pero ese poder total que hereda don Juan Carlos y que la Constitución votada por los españoles transforma y legitima en simbólico y residual, ¿fue por propia voluntad regia?, ¿era ese el plan real desde el primer momento? Los historiadores están divididos. Charles Powell y Javier Tusell, piensan que sí, para el primero el monarca fue además el piloto del cambio (transformando la expresión de motor que José María de Areilza anotó en su diario), para el segundo, no sólo fue así, si no que además, todo obedecía a una estrategia bien diseñada. En este sentido, mantener a Arias de Presidente del Gobierno hasta 1976, no era más que un plan para hacer ver a la propia elite franquista la inviabilidad de su régimen. Sin embargo otros autores como Santos Juliá, que escribió hace un mes en EL PAÍS, piensan que esta supuesta voluntad democrática primigenia, es imposible seguir a partir de las propias palabras del monarca. Álvaro Soto Carmona incluso va más lejos afirmando que “El mantenimiento de dicho sistema una vez muerto Franco provocaría la viabilidad de la propia Monarquía, lo que condujo al Rey a prescindir del sistema con el fin de salvar la institución, obligándole a buscar en otro proyecto político de la permanencia de la Corona. El objetivo central del Rey fue, pues, salvar la Monarquía para lo cual apostó en un primer momento por la vía pseudo-reformista, pero una vez fracasada ésta se decidió por la vía reformista hacia la democracia”.
El debate por tanto está abierto entre los profesionales de la Historia. Mi opinión está más próxima a la de Soto Carmona y Juliá que a la de Powell y Tusell. En todo caso, salvadas estas disquisiciones, el Rey constitucional ha ejercido su función asignada por la Carta Magna de moderar y arbitrar entre los poderes públicos. Un trabajo en el que su labor ha sido, hasta la fecha, irreprochable. Pero la figura del Rey no es eterna ni infranqueable. El aurea de inviolabilidad de la figura del Rey, ha caducado y su función y su figura han de estar sometidos, en una democracia madura, a permanente debate y discusión por parte de los ciudadanos. Tienen razón por tanto los republicanos cuando reclaman su derecho a criticar su figura. Al fin y a la postre, la Constitución permite su reforma y cambiar la forma de Estado.
Y es aquí precisamente, donde retomamos la cita del inicio. El Rey constitucional es símbolo de la unidad y permanencia del Estado. Del Estado-nación que es España, y del Estado de las Autonomías que emana de la Constitución. Como explica Juliá, “nadie podía prever en 1978 que tal reconocimiento acabara por sentar las bases institucionales- parlamentos, gobiernos y presupuestos autonómicos- desde las que germinarían naciones, se reclamarían derechos de autodeterminación y se podrían en marcha estrategias de separación”.
El Rey cumplió 70 años y 32 como monarca constitucional. Sin embargo, no es el trono y una corona, semánticamente denominadas como forma de Estado, las que deberían de preocuparnos y movernos. La institución que encarna el Jefe del Estado es modificable por los ciudadanos porque así se contempla en la Constitución. Hoy son otras formas de Estado, con otros contenidos, los del Estado de las Autonomías , las que verdaderamente nos deberían ocupar y preocupar. Ayer, los españoles se dirimían entre dictadura y democracia. Hoy con una democracia consolidada, no representa un problema el Jefe del Estado. Actualmente el problema reside en las formas que en nombre de la reivindicación de la forma de Estado, pretenden adoptar otra forma de Estado, que no es el de las autonomías, sino el de la plurinacionalidad.