Obama rumbo hacia la Casa Blanca
Se acerca el fin del demorado proceso de selección del candidato que presentará el Partido Demócrata en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y parece que Barack Obama será el oponente del republicano McCain. Y comoquiera que después de la nefas
La Voz de Salamanca (Omar Roca Benet) / Se acerca el fin del demorado proceso de selección del candidato que presentará el Partido Demócrata en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y parece que Barack Obama será el oponente del republicano McCain. Y comoquiera que después de la nefasta gestión del “pequeño Bush” el péndulo electoral seguramente oscilará hacia el lado de los demócratas es posible que a final de año sea elegido el primer presidente afroamericano de la historia de ese país.
Resulta sorprendente que todavía no haya habido ningún presidente de color en una nación que no sólo presume de democracia sino que tiene una maquinaria propagandística consagrada a extender la idea de que la ha difundido por el mundo. Aproximadamente un 13 % de la población de Estados Unidos es de raza negra y sobre ella golpean con más fuerza los fantasmas de la pobreza, la enfermedad y el analfabetismo, por no hablar de que, salvo excepciones, ha permanecido y permanece al margen de las principales esferas de poder. ¿Es eso democracia?
Causa hasta vergüenza considerar que tan sólo hace cuarenta años América anduviese agitada para exterminar una segregación de facto y que fueron necesarias rebeliones civiles para hacer efectivos los derechos teóricamente ya garantizados por la Constitución. Los Estados Unidos están cubiertos de infamia por permitir que, en el Sur Profundo, permaneciese hasta los sesenta un régimen que excluía a parte de la población del disfrute con plenitud de los derechos de ciudadanía por el mero hecho de carecer del fenotipo exaltado por exaltados terroristas del Ku Klux Klan (el acrónimo de este grupo racista eran tres “kas” pero debería recordarse sólo con dos a causa de la asociación fonética con lo que verdaderamente fue: una escoria).
Fue el antropólogo Marvin Harris, uno de los que lideró el movimiento estudiantil de 1968, el que acuñó el concepto de la regla de la gota de sangre para explicar las diferencias raciales que se daban entre Estados Unidos y Brasil. Según aquélla tan sólo una gota de sangre negra (vg. un abuelo) hacía a la persona portadora merecedora del status de “negro” en USA, con todas las ominosas limitaciones sociales que ello implicaba, mientras que la misma gota de sangre blanca permitía en Brasil que alguien fuese considerado como un blanco. Según las diferentes posibilidades de progresión social que se ofrecían a la población mulata, se concluía que Brasil había sido históricamente menos racista que Estados Unidos. De todas formas, éso tal vez hoy ya no sea cierto: los políticos brasileños de color tampoco son muchos y el primer negro que se convirtió en ministro tuvo que ser Pelé, el mejor futbolista de la historia, algo que no está al alcance de cualquiera.
El pasado mes de abril se cumplieron cuarenta años desde el vil asesinato de Martin Luther King en Memphis y hay quien piensa que Obama es el sueño materializado que tuvo el líder del movimiento por los derechos civiles. Obama no sufrió los sinsabores a los que se enfrenta diariamente gran parte de la población negra en EEUU: su padre, nigeriano, emigró a Estados Unidos por motivos académicos; y él mismo gozó de una existencia plácida y pudo formarse extraordinariamente en las universidades más prestigiosas. Hace unos veinticinco años el también nigeriano John Ogbu, interrogándose por las causas del fracaso escolar de las minorías en Estados Unidos y específicamente por el techo limitado de empleo que tenían los ciudadanos negros, sugería que las reformas debían centrarse en el corazón de la sociedad norteamericana (política y economía incluidas) a fin de erradicar completamente las discriminaciones raciales y étnicas. Sería bonito que Obama consiguiese acabar de una vez por todas con trabas atávicas que hunden sus raíces en la desconfianza y que impiden que todos los norteamericanos tengan las mismas oportunidades en función de algo tan banal como la pigmentación de la piel.
La mayor parte de los españoles a los que se les pregunte si son racistas responderán que no. En caso de preguntar si les importaría que un vástago suyo contrajese matrimonio con alguien de raza negra muchos se los pensarían dos veces y algunos incluso mostrarían su disconformidad, con lo que nos estarían revelando indirectamente sus pulsiones racistas. En los pueblos de Salamanca y también en la universitaria capital pululan todavía carvenícolas que aseguran, aparentemente sobrios, que los negros no tienen la misma inteligencia que los blancos. Ojalá la victoria de Obama haga ver a esos "pseudociudadanos racistas" no sólo que alguien de cualquier color está sobradamente capacitado para dirigir la mayor potencia del mundo, sino también lo ignorantes y brutos que son.