Se nos olvidaron los Arrabales

Residencia Mamá Margarita, Béjar

Redacción i-bejar.com
Julio 23, 2008

Dicen que los castellanos tenemos tendencia a no valorar aquello que poseemos. Sinceramente, pienso que éste carácter se acentúa cuando hablamos de los farinatos, de su relación con Miróbriga y con las cosas que de ella emanan. Y si no que se lo pregunten

La Voz de Salamanca (Domingo Benito) / Dicen que los castellanos tenemos tendencia a no valorar aquello que poseemos. Sinceramente, pienso que éste carácter se acentúa cuando hablamos de los farinatos, de su relación con Miróbriga y con las cosas que de ella emanan. Y si no que se lo pregunten a aquellos que estuvieron presentes cuando de nuestra ciudad se llevaron un conjunto escultórico que, al final, resultó demasiado importante como para perderlo.

Pocos de los muchos turistas que visitan nuestra ciudad (realmente no creo que sean tantos como dicen) tienen la ocasión de disfrutar de sus arrabales. La mayor parte acuden a la zona de intramuros como si sólo la Catedral, el Ayuntamiento, el Palacio de los Águila o la Plaza del Conde fuesen Ciudad Rodrigo. Como si nuestra ciudad, sin duda una de las más bellas de España, se acabase allí donde los fosos sugieren. Muchos de ellos no visitan el resto de la localidad y no pueden tomar contacto con sus gentes, andar por sus calles y quedarse encantados con la “otra Miróbriga”, perdiendo así la oportunidad de conocer la realidad de la ciudad que han visitado. Se irán a sus lugares de origen sin haber contemplado la otra perspectiva, la excelencia de admirar el casco histórico desde la lejanía de los barrios, paseando por sus calles con la frescura de los mirobrigenses.

Pero si al menos sólo le ocurriese esto a los forasteros podríamos decir que no es un desastre absoluto. El gran problema es que muchos mirobrigenses tampoco valoran estas zonas como debieran. Así, nos encontramos con que la práctica totalidad de los actos culturales que ocurren en Ciudad Rodrigo, los grandes pregones, las fiestas y demás eventos de interés se dan únicamente en el interior de las murallas. Y, peor todavía, que esta tendencia se extiende de una forma silenciosa por los presupuestos para las fiestas del verano. Pareciera que, a la hora de pensar en las festividades, para los señores y las señoras del Ayuntamiento sólo exista la Plaza Mayor, la Calle Madrid y la Plaza del Conde. Y, cuando este triunvirato está saciado, se dan las sobras para los demás. No se entiende de otra manera que los barrios reciban la ridícula cantidad de 600 euros para el desarrollo de unas fiestas que se vienen esperando durante todo el año y, que a no ser por que existe gente muy comprometida, no saldrían adelante. No quiero decir con esto que el centro de la ciudad no requiera de una aportación superior. Al fin y al cabo, es el escaparate de la ciudad. Lo que ocurre es que todo se hace allí. A saber: Carnavales, Feria de Artesanía, Semana Santa, Martes Mayor, los dos conciertos que hay en verano (cuando los hay) y no sé cuantas cosas más… por no hablar de la Feria de Teatro (aunque en este caso movilizar espectáculos al exterior sea más complicado).

Y así nos hemos ido olvidando del resto de la ciudad de la misma manera que se nos olvidó el otro Arrabal. El Arrabal que ha recibido, entre otros, la Legion de Honor (la más importante condecoración francesa) y al que algún día espera el Nobel. Un Arrabal que siempre ha tenido a Ciudad Rodrigo en su corazón haciendo continuas alusiones en sus escritos.

Han tenido que pasar demasiados años para que el teatro de Ciudad Rodrigo tenga el nombre de uno de los mejores literatos del siglo XX y, sin ningún tipo de dudas, el mejor escritor que Miróbriga jamás haya visto crecer. Ha pasado mucho tiempo hasta que Miróbriga dejó de fijarse sólo en la anécdota de un programa de televisión y supo acercarse a admirar aquello que tenía delante de sus narices y a lo cual nunca le había dado la importancia merecida.

Esperemos que vayamos cambiando la forma de ver Ciudad Rodrigo y comencemos a darnos cuenta de lo que realmente es. Es hora de que empecemos a trabajar a favor de la simbiosis entre lo de dentro y lo de fuera. Es hora, a fin de cuentas, de que valoremos como se merecen a los Arrabales.

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