"No se puede hablar de todo"
Creo que como a muchos, me ocurrió en este debate entre Zapatero y Rajoy que sentí cierto asombro ante la meticulosidad en la preparación del debate. Todo parecía estar milimétricamente ordenado, y daba la impresión de que el programa iba a ser como al fi
La Voz de Salamanca (Alfonso Manjón) / Creo que como a muchos, me ocurrió en este debate entre Zapatero y Rajoy que sentí cierto asombro ante la meticulosidad en la preparación del debate. Todo parecía estar milimétricamente ordenado, y daba la impresión de que el programa iba a ser como al final de hecho fue, porque no hubo grandes discusiones directas, sino pequeñas intervenciones que sirvieron más bien para dar opción a seguir a cada uno con el discurso de todos los días. Eso sí, acompañados de ciertos gráficos, elaborados según interés propio, y que sabe Dios de qué fiabilidad y procedencia. Mas dicen que en este tipo de debates, el mínimo detalle cuenta, pero yo me fijé especialmente en uno: el color de las corbatas de los interlocutores eran inversas a sus colores políticos, es decir, roja la de Rajoy y la de Zapatero azul.
Opino que ambos estaban algo nerviosos, porque sabían la trascendencia del acto que los ciudadanos iban a presenciar. Creo que sabían lo que se jugaban, y las palabras se trababan en sus labios. A Rajoy le vi en su línea, pero sigo diciendo ver cierta inseguridad en sus palabras cuando lo veo abrir los ojos como platos. Mas ninguno de los dos sabía muy bien a dónde dirigir su mirada salvo cuando el debate llegó a los momentos más calientes del programa. No obstante, el tono de agresividad de los contendientes no estuvo a la altura de lo que yo imaginaba, y sobre todo por parte de Zapatero, a quien ni siquiera pareció irritar o qebrar el ánimo que el líder popular le acusase de no respetar a las víctimas del terrorismo. Pero ¿eso es generar tensión y crispación o demostrar serenidad y talante?, ¿Es hacer crítica partidista - que todos hacen- o hablar de razones de Estado?. A veces no se dan cuenta del veneno que llevan insultantes las palabras.
En cuanto al contenido, porque sostengo que sobre todo Rajoy no planteó propuestas de futuro ni se mojó en temas como el del trasvase del Ebro, y porque como decía el líder del PP, “no se puede hablar de todo”, creo que no ha habido grandes sorpresas y todo ha entrado dentro de lo previsible. Por parte del PSOE argumentando de manera más o menos sólida los logros de la legislatura en referencia, no a las carencias, sino a otras etapas legislativas de gobiernos populares, dando a ver lo que el PP no quería escuchar, y no dando siempre la respuesta conveniente como cuando respecto a terrorismo sólo citó el número de muertos y no el número de atentados fallidos y detenciones llevadas a cabo. Y por parte del PP hablando oportunistamente del último tramo legislativo en economía -inscrito en un momento coyuntural internacional-, de inmigración de forma muy dura en el bloque de política social, de terrorismo, y de lo que más le gusta y menos entiende, es decir, de los problemas reales de la gente. Y todo en la forma que mejor le conviene, quiero decir, haciendo que se le llene la boca cuando habla de España como si sólo su partido defendiera esta nacional entidad. Mas al fin lo único que buscaban ambos para sus intervenciones es que éstas tuvieran una vestidura presentable, porque a decir de Konrad Adenauer, “todos vivimos bajo un mismo techo, pero no tenemos el mismo horizonte”.
Cada uno se afanó en hacer referencia a aquellos temas que les interesaba que se hablara, en dar los datos que les rentaba mostrar y, a fin de cuentas, en querer dirigir el debate por sus derroteros. Y es que como expresa un proverbio latino: “Bis dat qui cito dat”, el cual viene a decir que da dos veces el que da con prontitud. Era lógico pensar que si Rajoy tenía la primera palabra, él conduciría el programa, pero ambos no se afanaron en responder a las réplicas del contrario, sino en llamar la atención, buscar el enfrentamiento del otro según las directrices del uno, y ver por dónde saltaba la liebre. Y en esta dirección es por donde Zapatero ha de ver el debate de la próxima semana, pues en sus manos tendrá la tutela del debate último, quiero decir, la primera palabra, que es la que gobierna y administra.
Yo no creo, quizá en contra de muchos, que en este tipo de debates, luz de los que dudan, nadie gane. Quizá porque ese verbo se destina al 9 de marzo, y desde arriba las razones individuales de voto son extrañadas. Pero sí afirmo que ayudan a vislumbrar el voto falto de determinación. Directamente creo que lo que estos debates muestran es quién de los dos convence y a quién de los dos se puede creer.
Respecto a quien gana o deja de ganar, cada medio dice lo que le viene en gana, según sean sus intereses, y aunque la mayor parte de los institutos de estadística dan a Zapatero por vencedor, yo siento que para ganar hay que cambiar la dinámica de la intención de voto y mover los votos de un lado a otro, y lo único que creo es que valieron para convencer cada cual a los suyos, que por de pronto, no es poco. Por eso, creo que el próximo debate es irrebatible, y como tal, el que realmente importa. Decía Aníbal que “la victoria fue siempre para quien nunca dudó”. ¿Será verdad?