El hombre de la bolsa

Residencia Mamá Margarita, Béjar

Redacción i-bejar.com
Octubre 01, 2008

www.deigualaigual.net El capitalismo hace agua. Ha estallado la burbuja financiera y poco a poco vamos descubriendo los flancos débiles del sistema. Sin embargo entre lunes negro y miércoles de ceniza (siempre que el sistema se cayó de momento, volvió a l

La Voz de Salamanca (Rubén Kotler) / www.deigualaigual.net

El capitalismo hace agua. Ha estallado la burbuja financiera y poco a poco vamos descubriendo los flancos débiles del sistema. Sin embargo entre lunes negro y miércoles de ceniza (siempre que el sistema se cayó de momento, volvió a levantarse) para el ciudadano de a pié, esta crisis que se nos vende como mundial, no afecta más que a los pocos miles de jugadores compulsivos de la bolsa. Ciertamente esta crisis impactará en la microeconomía, sobre todo de los países mal llamados en vía de desarrollo. Sin embargo para los pobres, aquellos, los más pobres del planeta, la crisis es estructural y endémica y la sufren no de ahora. Quienes morían de hambre antes del «fatídico» lunes negro, seguirán muriendo de hambre en el «esperanzador» miércoles de resurrección.

Otra vez la crisis. Hace unos meses era la crisis del hambre. Hoy la crisis del Mercado, eufemismo con el que les gusta nombrar a los dueños del mundo, a aquellos que deciden cuánto sale un barril de petróleo, qué países deben ser bombardeados y cuánto saldrá un litro de leche. Sí, estos despreciables tipos se escudan detrás del Mercado. Sin embargo a los dos tercios más pobres del planeta que le hablen de crisis es un sarcasmo que no se aguanta más. Basta recorrer las calles latinoamericanas y observar que más allá de la caída de la bolsa, un hombre, un pobre hombre, un hombre pobre, arrastra a duras penas una bolsa de basura. Transporta en ella las sobras del sistema, las miserias que vomita el Mercado: unos cuantos kilos de cartón para vender por céntimos, un par de bolsas de pan vencido, rescatado de la papelera en las afueras de un hipermercado, unas cuantas prendas viejas y rotas, que un vecino de buena caridad le ha obsequiado.Para el hombre de la bolsa, la caída de la otra bolsa ni siquiera le llega al oído como noticia. No se ha enterado que el presidente más poderoso del planeta se ha arrodillado ante sus propios fantasmas y ha ofrecido un salvataje de nada más y nada menos que de 700.000 millones de dólares. Algunos meses atrás, en la última reunión de la FAO, se dijo que con 30.000 millones (ni siquiera la décima parte de los 700.000 millones) se podría solucionar en parte, algo de los problemas del hambre en el mundo. El señor de la bolsa tiene un hijo desnutrido y una hija que ha crecido con deficiencias mentales motivada por la mala alimentación en la primera infancia. El hombre de la bolsa hubiera agradecido un salvataje de su gobierno. Pero su gobierno, en Latinoamerica, que además de mostrarse como si fuera progresista, levanta las banderas de la izquierda, decide saldar su deuda con el Club de París, en vez de saldar su no menos histórica deudasocial. De los 6.700 millones de dólares que la Señora abonará al deudor chupasangre, podrían destinarse buena parte de los recursos para que tanto el hombre de la bolsa, como sus hijos puedan ver sus necesidades básicas satisfechas. Pero no. Ni a la Señora le importa el hombre de la bolsa ni al presidente más poderoso del planeta le importa que allá, en el sur del sur, un hombre deba arrastrar una bolsa con la basura que le arroja el resto de la humanidad.

La bolsa o la vida

En las afueras de la capital argentina, un basural se erige poco a poco. Cientos de toneladas de basura son descargados por decenas de camiones a diario. Son los despojos de los ciudadanos clase media de la Reina del Plata. Buenos Aires, la ciudad capital del país, escupe su basura en la provincia. Y de esa basura se alimentan miles y miles de familias que se acercan a diario a revolver en la basura para recoger lo salvable de aquellos despojos. Carne en semi mal estado, yogures vencidos, verduras arrojadas a la basura por algún desaprensivo supermercado que se niega a vender una manzana machucada. Ropa vieja, un ropero sin patas, una cocina sin hornallas, una hogaza de pan duro, todo vale para llenar la bolsa. La vida se sostiene en la basura y por la basura. Mientras tanto el gobierno nacional, aquel de los derechos humanos, aquel que elogia a los empresarios de la dictadura, mira al Club de París. Oh juremos con gloria honrar a nuestros acreedores,debería enunciar la letra del himno patrio. Pero no, la canción nacional prefiere jurar con gloria morir. Es que la vida en este lado del mapa es tan poco gloriosa que no merece ni siquiera ser alabada en el himno nacional. Oh juremos con gloria buscar alimento de la basura, para traer basura a nuestros basureros, para alimentar con basura a nuestros hijos. 700.000 millones de dólares. Entregue la bolsa, que la vida ya no vale nada.

Tiembla el mercado, tiembla

El capitalismo hace agua. Es como aquel Titanic. No el de la película. Sino el verdadero. En la bodega los pobres. Polizontes que no merecen más que la bodega. Disfrutando del lujo los ricos. Los que han osado pagar miles de dólares por un crucero de placer. Los de abajo comen las sobras de los de arriba. Los de arriba escupen las sobras a los de abajo. Los de abajo se alimentan con basura, aquella que les es arrojada por los ricos de arriba. Y de pronto, la punta del iceberg. Pero solo la punta. Un «maldito» témpano pone al descubierto las fallas del Titanic. Sí, el todopoderoso Titanic es vulnerable. Pero ya es tarde. El iceberg ha herido de muerte al gigante. Y el gigante se hunde. Y allí van, pobres y ricos, ahogándose en las mismas oscuras y frías aguas del mar. Pero un detalle que debe observar el lector: los pobres mueren primero. De los pobres, de esos pobres polizontes que viajan en la bodega, no habrá un solo bote salvavida, por lotanto nadie va a sobrevivir del hundimiento del Titanic. Para ellos el mismo destino: todos al mar. Sin embargo, y siguiendo la ley del más fuerte, de entre los ricos que verán hundirse al Titánic, los que consigan abordar los botes salvavidas salvarán sus vidas. El resto verá temblar al mercado, que el salvataje ni siquiera es para todos los de su clase.

Epílogo

En estos días de turbulencias financieras todos los grandes medios de comunicación del planeta hablan de «la crisis», de la bolsa, del salvataje, del sistema financiero mundial. Pero esos grandes medios se preocupan solo porque sus dueños, empresarios ellos, tienen mucho que perder con la caída de sus propias acciones. Sin embargo poco y nada les importa que el mundo entró hace ya decenas de años en un ciclo en el cual, la última manifestación de la constitución de un mundo injusto es el quiebre de empresas dedicadas a la especulación y al juego compulsivo. Cuando uno escucha que el gobierno de Estados Unidos pretende salvar a esas empresas por valor de 700.000 millones de Dólares no le queda más que repudiar el plan y hasta se alegra que el parlamento de esa potencia decida no hacer lugar a este pedido desesperado. Es que semanas atrás veíamos con estupor como un Huracán arrasaba algunos estados de ese mismo país, y ahí un ciudadano dea pié, que poco y nada entiende de economía (no por no haber leído al viejo Marx), se preguntaba porque ese mismo Estado no contribuía con alguna cifra importante para que los más vulnerable no sufrieran las consecuencias del paso del fenómeno, como ya había ocurrido con Katrina. Estados Unidos tampoco hace nada por enviar «salvatajes» millonarios a sus propios pobres, que también se cuentan por millones. Mientras las Bolsas del mundo se siguen cayendo, los hombres y mujeres de la bolsa, no los especuladores del Mercado, sino los pobres más pobres del planeta, seguirán con la rutina de siempre: buscar en la bolsa de la basura el alimento que pondrán en sus bolsas para compartir con los suyos. La clase media seguirá preocupada pensando en que se ha desplomado el sistema financiero internacional sin entender en que le afecta, pero seguirán mirando a otro lado, aún sabiendo que los pobres del planeta también merecen alguna portada de unperiódico. El Titanic se hunde, esto nadie puede negarlo. Pero el Titanic ha chocado con el iceberg hace mucho ya, solo que recién ahora, los ricos que viajan en la parte superior del crucero, comienzan a sentir como sus pies se mojan. Claro que está que para ellos, los botes salvavidas ya están preparados.

Temas: