La corbata colombiana
“Al llegar, la gente construye una choza en la loma. Sin tener nada en el lote, en un día construyen las casas y las habitan con sus cuerpos. La primera noche duermen en una casa imaginaria: sobre la tierra cuatro paredes hechizas, por techo un cielo abie
La Voz de Salamanca (Javier García Pedraz) / “Al llegar, la gente construye una choza en la loma. Sin tener nada en el lote, en un día construyen las casas y las habitan con sus cuerpos. La primera noche duermen en una casa imaginaria: sobre la tierra cuatro paredes hechizas, por techo un cielo abierto muy real, y de huésped un frío que estremece los huesos y el alma. Muchos ponen una bandera de Colombia en la chapa principal porque se dice que cuando viene la policía a tumbar ranchitos se apiadan de aquellos que tienen una bandera de Colombia. Y así, ranchito a ranchito, banderita a banderita, alcanzaron los 800.000 desplazados por causa de la guerra.” Esta es una muy breve síntesis que relata Stiven sobre la historia de Ciudad Bolívar. Aunque no lo parezca, las historias sobre traficantes, consumidores, sicarios y pandilleros siempre empiezan de esta forma.
Revisando la bibliografía existente acerca de Ciudad Bolívar, así como la información que tanto «periodista de investigación» ha difundido sobre la zona, he creído encontrar la cumbre de la doble moral periodística. Con preocupante frecuencia, da la sensación de que la supuesta narración de las historias de vida publicadas son un intento de emular las novelas de Alfred Hitchcock.
Ciudad Bolívar en Bogotá, la Comuna en Medellín y otros suburbios de Colombia se han venido a convertir en caldo de cultivo de periodistas carroñeros que buscan, en el sensacionalismo del público más analfabeto, su gloria particular. Se vende la sangre a granel mediante documentales, reportajes, libros y otros elementos de esa ola de basura periodística que se camufla con el pseudónimo de denuncia. En otras ocasiones, se justifican a trompicones como periodismo social. Sin embargo, lejos de haber denuncia y de tener algo que ver con algún fin social, de todo este Museo de la mezquindad no se extrae sino el estigma y la fractura social: el miedo al pobre por su pobreza. De esta forma se engaña a la sociedad generalizando la violencia y responsabilizando al desplazado de su contexto. De hecho, los chicos de Ciudad Bolívar son rechazados para cualquier puesto de trabajo por su origen.
Nada cuenta tan bien la realidad de violencia y marginalidad de Ciudad Bolívar como la evidencia: se trata de un lugar donde no existen los servicios públicos ni las instituciones, aspecto que se traduce en niños sin escolarizar y en enfermos sin atención sanitaria. Pero esta denuncia tan obvia podría promover su desarrollo, cerrando el espectáculo circense del periodismo hambriento. Incluso podría hacer responsable de la sitaución al temible gobernante. En cualquier caso, en este negocio se ha vendido mejor al sicario de 15 años dispuesto a tener sus minutos de gloria en televisión, a pesar de estar de que esta práctica anime a futuribles sicarios que también quieran regalarnos nuevos momentos inolvidables de morbo extremo.
Un elemento inherente al periodismo, así como a toda actividad profesional que incumbe a la dignidad del propio ser humano, es que su ejercicio se debe a su ética. Los resultados de difundir miserias de los suburbios son nefastos para la comunidad y sólo fomentan el prejuicio, haciendo imposible la cohesión social. La denuncia periodística deja de serlo cuando renuncia a ofrecer información para invitarnos al morboso regocijo, al asombro ante el espanto, al olor del cadáver putrefacto.
Después de haber sido testigo de la miseria como inversión, de la patada al muerto como arte, me he planteado por qué no contar las historias de vida de esos chicos y chicas valientes que han superado la marginalidad por medio de ese arraigo por la vida que tanto me ha enamorado.
El reto será que estas historias de vida sean un motivo de esperanza por un futuro distinto para aquellos niños que en medio de la pesadilla se atreven a vivir en los sueños. Ahora, los jóvenes de Ciudad Bolívar podrán dar respuesta a los ladrones de verdades que venden el testimonio de cuanto desgraciado encuentran, colocándole sutilmente esa corbata colombiana que ahoga con su propia lengua a quienes a falta de pan viven de ilusiones.
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