Un conflicto sin solución pacífica ni definitiva
El actual enfrentamiento entre Rusia y Georgia podría abrir al menos tres debates de enorme interés. Por una parte, el derecho de que pueda disfrutar Osetia del Sur de ser independiente arreglo a la historia de la región y la condición étnica de su poblac
La Voz de Salamanca (Alfonso Manjón) / El actual enfrentamiento entre Rusia y Georgia podría abrir al menos tres debates de enorme interés. Por una parte, el derecho de que pueda disfrutar Osetia del Sur de ser independiente arreglo a la historia de la región y la condición étnica de su población. Por otra parte, si la intención principal del Kremlin en esta guerra era la vuelta al status quo de una Osetia asediada por la respuesta georgiana a las provocaciones separatistas de esta región o era el cambio de régimen político de este país. Y por último, la explicación que se pueda dar a la ambigua posición de Rusia ante la independencia y el separatismo de algunas regiones europeas o euroasiáticas dependiendo del beneficio que pueda obtener de ellos -acordémonos de su negativa a la independencia de Kosovo porque la falta de integridad territorial de un Estado, se decía, podría conducir al inicio de una oleada de violencia terrorista y a la amenaza de una nueva guerra-. Lejos de llegar a resolver tales cuestiones, cabe aquí reseñar tres de los aspectos más deleznables de esta guerra, y que igualmente, podrían generar nuevas cuestiones y discusiones.
Por un lado, la imagen de que la guerra no ha terminado y de que tiene difícil solución. La predisposición de Rusia al fin del conflicto es más aparente que real. Nos quieren hacer ver lo que no hay y, en general, las dos partes nos venden cortinas de humo. Porque no es pensable que Georgia vaya a aceptar ningún tratado que declare a Osetia del Sur independiente, porque no es creíble que Rusia comunique que el retraso de la retirada de sus tropas se deba a que han de tomarse tiempo para poder entregar de nuevo las funciones de control a las autoridades de Georgia, porque se siguen cometiendo atropellos, y porque el Kremlin no va a dejar de reclamar el derecho a que esta región se sienta independiente y parte de Rusia ni va a dejar de manifestar la validez que pueda tener el referéndum que Osetia celebró en 2006 -que Georgia no ha reconocido nunca- y donde la mayoría de la población dio su sí a la independencia. Por tanto, ¿qué tenemos? Por una parte tenemos que Osetia no va a conseguir ningún reconocimiento como país independiente por parte de una Georgia que quiere mantener la integridad territorial de su Estado, y puede que lo haga al precio que sea. Por otra parte tenemos que Georgia no va a consentir que se dé el actual proceso de limpieza étnica que se está empezando a producir en Osetia. Y por último, tenemos que Rusia no va a permitir nuevos ataques violentos de Georgia sobre esta región. Esta guerra ha sido una oportunidad para Rusia de poder conseguir que los separatistas osetos consigan lo que quieren y por lo que llevan años luchando, pero el acuerdo de paz no puede llegar a otros términos que al reconocimiento de Osetia como parte integrante de Georgia. O sea, que volvemos al punto de partida. Osetia como parte de Georgia, Rusia como reclamante de los derechos de los osetos, los osetos aumentando su belicosidad independentista, los georgianos actuando con crudeza frente a la amenaza en aumento de los osetos, y los rusos interviniendo en caso de que el gobierno de Saakashvili recrudezca la acción violenta en esta región como respuesta a esas amenazas. Esto es un círculo vicioso. La pescadilla que se muerde la cola. ¿Acaba, entonces, aquí el conflicto? Yo creo que ni mucho menos. Es más, lejos de encontrar la paz, el conflicto se agravará si las partes no llegan a un buen acuerdo, lo cual me parece difícil -y ojala me equivoque-.
El segundo de esos aspectos deleznables del enfrentamiento ruso-georgiano es la libertad con que han actuado los dos países por la falta de respuesta y la pasividad de la comunidad internacional ante los graves ataques de ambos durante la guerra más allá de peticiones formales de no intervención y cese de hostilidades. Es medianamente laudable que algunos países hayan alzado su voz para condenar la actitud que han mostrado estos países en guerra. Pero ninguno ha condenado con la debida contundencia los ataques perpetrados -porque la prudencia y los intereses y las relaciones políticas y económicas se hacen respetar y pesan lo que pesan-, y ningún organismo internacional (ONU, OTAN, etc) ha sabido ni pronunciarse con firmeza, con persuasión y con amenazas de sanción política ni ha conseguido ponerse de acuerdo hasta el momento acerca de cómo solucionar el conflicto de forma que las dos partes del mismo queden contentas.
Y por último, es detestable la gravedad de las atrocidades cometidas y de la impunidad con que se han consumado. No importa el número al que se elevan las víctimas, salvo porque cada muerto y cada herido suponga una vida humana y una cicatriz incurable más. Lo que importa es el sufrimiento y las muertes provocadas en una guerra sin solución pacífica y definitiva. Lo que importa es que existan personas, cuerpos y autoridades públicas dispuestas a ejecutar y respaldar esos crímenes. Lo que importa es la huella y el rencor que puedan dejar atrás los crímenes y la violación de derechos humanos y civiles. Y lo que importa es el recuerdo y el sufrimiento de la población civil que, lejos de disfrutar de un clima de paz, tendrán seguramente que afrontar y sufrir nuevos problemas derivados de la violencia interétnica dentro de su mismo país.