Alarma: Europa a la Vista
El día en que Jesús Caldera aseguró en un mitin que “votar Sí en el Referéndum de la UE es votar por el empleo” es posible -aún no le pagaban por pensar- que jamás llegara a imaginar que un Comisario Socialista –checo- propondría tres años después la elev
La Voz de Salamanca (Gorka Esparza) / El día en que Jesús Caldera aseguró en un mitin que “votar Sí en el Referéndum de la UE es votar por el empleo” es posible -aún no le pagaban por pensar- que jamás llegara a imaginar que un Comisario Socialista –checo- propondría tres años después la elevación de la jornada laboral a las 65 horas.
En aquella campaña electoral, en la que el PP estaba desaparecido, la izquierda votó en contra de la Constitución reclamando otra Europa. Desde las filas socialistas, se nos acusó a los “disidentes” de querer alejar a España de Europa, de querer de nuevo una España de “charanga y pandereta, cerrado y sacristía” –entre ellos Bono, político capaz de sonrojar a media España, no por su devoción con la Selección, sino por retirar una bandera republicana en pleno homenaje a los represaliados de la España tricolor-.
En España la mayoría (de los que fueron a votar) se inclinaron por el sí. “I love Europa” rezaban unas pegatinas que a buen seguro, hoy no saben donde esconder.
Porque, más allá de lo que en aquel tratado se consagraba, más allá de que tuvieran que ser los franceses los que nuevamente nos enmendaran, y más allá de que haya muchos modelos de Europa, no era difícil intuir entonces que cada vez que se utiliza la política comunitaria es para alejarnos de las 32 horas de jornada laboral que Finlandia tenía cuando Anguita –ante la carcajada de sus Señorías- presentaba 750.000 firmas por una jornada de 35; de la Europa que sobre el papel no tiene fronteras y en realidad tan llena de alambradas cada vez que hay crisis migratoria o manifestación alterglobalizadora ante el evento de turno.
Europa es hoy sinónimo de desregulación en materia de servicios públicos, de programas precarios de intercambio educativo, de Directiva Bolkestein, de práctica antisindical y tiene muy poco que ver con un proyecto multicultural, de paz, comprometido con el tercer mundo de allí –y el cuarto mundo de aquí-, con la defensa de lo poco que los trabajadores habían conquistado en las últimas décadas.
Cada vez que nos hablan de Europa nos alejan de los sólidos pilares socialdemócratas de los países nórdicos colocándonos alguna Directiva que garantice el pleno empleo (precario) y que las crisis motivadas por los ciclos recesivos no la sufran quienes se han forrado en el periodo expansivo.
La jornada laboral de 65 horas evidencia la ignominia de la política comunitaria actual. Y supone también un reto: el de aglutinar con espíritu crítico y movilizador a quienes se sienten partícipes del proyecto de la Izquierda. No hay margen para falsos disensos ni para teorizar desde el atril de la FAES ni para rechazar esta Directiva con una tímida abstención.
Europa no da un respiro. Las 65 horas, son solo el primer aviso.