El último bastión del Barrio Chino

Residencia Mamá Margarita, Béjar

Redacción i-bejar.com
Enero 23, 2008

Siempre he pensado que las ciudades de nuestro siglo, en su crecer desmesurado hacia el exterior van perdiendo el carácter primigenio y carismático que el tiempo las fue otorgando. A Salamanca, como a otras muchas, le sucede lo mismo, posiblemente en pos

La Voz de Salamanca (Paula Lastra) / Siempre he pensado que las ciudades de nuestro siglo, en su crecer desmesurado hacia el exterior van perdiendo el carácter primigenio y carismático que el tiempo las fue otorgando. A Salamanca, como a otras muchas, le sucede lo mismo, posiblemente en pos de la modernidad, la comodidad, la prosperidad y otras tantas necesidades del ciudadano actual se le van descolgando, día a día, retazos de su intrahistoria.

No hay muchas crónicas de la culta y limpia ciudad del Tormes en las que se haga mención a uno de esos lugares que llegó a ser sórdido pero entrañable, a uno de esos barrios que confieren la diferencia y la riqueza pintoresca de lo que nuestra ciudad es. El Barrio Chino, tal y como lo conocemos hoy se situaba en el propio centro de la ciudad, al final de la Vaguada de la Palma, el arroyo seco de Los Milagros, que fue una de las ramblas de la ciudad en el siglo XVI. Hoy el barrio queda totalmente reducido a la memoria, el barrio dentro del barrio histórico se deconstruye por la reconstrucción y rehabilitación de sus edificios, y, mientras caen una a una las últimas piedras del Bar Sol, se van haciendo leyenda los nombres que por él pasaron.

Hoy se derriba el último bastión de resistencia del antiguo Barrio Chino, el Bar el Sol, que según las referencias de los vecinos ya existía en 1938 pero con funciones de carnicería, y que en los últimos años se convirtió en lugar de reunión de mujeres y hombres. Las connotaciones negativas del Barrio a mi entender se deben sobre todo a los acontecimientos de las últimas décadas, las calles del barrio quizá como consecuencia de los años de postguerra se convierten en el lugar preferido de gentes que se dedicaban a todo tipo de actividades legales o ilegales, pero lícitas al fin y al cabo cuando se trataba de salir de la miseria provocada tras la Guerra Civil. En esos años el barrio se convierte en el centro de la prostitución salmantina, y, años después en la última parte del siglo, en una zona a caballo entre la heroína y el alcohol. Recuerdo, no hace demasiados años, cuando desde los cristales de los servicios de la facultad observábamos la escena, siempre protegidos por la tranquilidad que da la lejanía, un chaval no mucho mayor que nosotros, enganchado a la goma y la cucharilla. Recuerdo también el final del Casablanca, otro de los míticos prostíbulos de la ciudad, con sus paredes blancas, sus ventanas y puerta pintadas de azul, y su demolición tan carismática como la de hoy del Bar Sol.

Mis últimos recuerdos del Barrio Chino son las polémicas y rifirrafes entre policía y prostitutas durante la Cumbre Hispanoamericana de octubre de 2005. Ante la llegada de “tan selecto” grupo de personajes la policía pedía o requería a las prostitutas de la zona, que se quedaran en el local en el que se ubicaban normalmente, para que no se las viesen demasiado por el lugar, ya que la cercanía con el Palacio de Congresos podía repercutir en la mala imagen de la ciudad.

Hoy, la Calle Cervantes, la Vaguada de la Palma, la Calle Sierpes, la cuesta de San Blas, el final de la Calle Ancha, se convierten gracias a la especulación urbanística en barrio de lujo para familias acomodadas. Un barrio limpio y adecuado a una ciudad del siglo XXI que sin embargo se dejó por el camino la solera, el mito y la nostalgia del centro antiguo de la vida salmantina.

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