Palestina: El Juego del Hinque y la Ley del Talión
Recuerdo que, cuando era un chaval, uno de aquellos álbumes de cromos sobre guerras y ejércitos ya recogía la Guerra de los Seis Días de 1967, una de tantas agresiones salvajes del ocupante israelí contra el pueblo palestino: 75 años desde la primera (1948) hasta la guerra total de este octubre negro. Los cromos, con su parafernalia de tanques y uniformes, lucían la misma gama de ocres y caquis que se repiten en las imágenes de los telediarios de hoy, pero, quizá para evitar traumas en nuestras tiernas mentes infantiles, faltaba el estallido de esa sangre que ahora es profusa en nuestras telepantallas. La misma que nos horroriza cuando quien sangra grita el nombre de Yahvé y nos importaba muy poco cuando se encomendaba a Alá.
Muchos lectores recordarán el juego del “hinque”. He olvidado su mecánica, que sería tan primaria y despiadada como las maniobras de Putin en Ucrania, como cualquier guerra. Para quien no lo haya conocido, el juego consistía en marcar un amplio círculo de tierra húmeda sobre el que tirábamos el hinque, una barra de hierro afilado, del tamaño de un boli o poco más, que se lanzaba sobre el círculo y, si se clavaba, permitía al jugador apropiarse de un sector en torno al hierro enhiesto, que enseguida se utilizaba para delimitar la nueva frontera conquistada. Algunos abusones se extralimitaban al marcar cada pedazo y entre su puntería y su codicia conseguían superar al resto de jugadores hasta quedarse con el espacio de juego: toda una metáfora del mundo. En Palestina, el ocupante israelí lleva jugando al hinque desde 1947-1948, expulsando del círculo a sus habitantes a golpe de kibutzs, colonias, desprecio a las resoluciones de la ONU, agresiones constantes y un apartheid insoportable, todo ello consentido –cuando no propiciado– por el hermano mayor americano y acatado por grandísima parte de la comunidad internacional, países árabes incluidos. A veces ocurre que el abusado, vejado, violado, agredido, vulnerado, asaltado, acosado, pisoteado no puede más y estalla, se radicaliza y arma la de dios, o la de alá, o vaya usted a saber.
Además del hinque, los israelíes más cafeteros son muy adictos al juego del victimismo y la vendetta: aprendieron demasiado de sus verdugos en Sefarad o en Alemania. Territorio, guerra, venganza y perversión, todo muy bíblico y primitivo, como del Antiguo Testamento de su dios guerrero y sanguinario. Los palestinos tampoco se quedan atrás en el uso de la violencia terrorista, arrasando con víctimas civiles inocentes, pero no olvidemos quién es el ocupante y quién el ocupado desde 1947.
Sólo puedo expresar mi pesar por lo que está ocurriendo, mi perplejidad por la escalada brutal de un conflicto permanente que ya salía en los cromos de los setenta y en el que el pueblo palestino será barrido sin miramientos, pues el juego más atroz de su enemigo, ese al que verdaderamente son adictos los peores hijos de Israel, es la Ley del Talión corregida y aumentada: por cada israelí muerto, veinte palestinos. Quién pudiera volver al “ojo por ojo, diente por diente, tu muerto por el mío”. Pero no, para el pueblo (auto)elegido no basta con la vieja ley ni con el sacrificio de un cordero, de veinte corderos, de setenta veces siete corderos, y será el final de Palestina.