Bruce Springsteen: la persona frente al mito

Residencia Mamá Margarita, Béjar

Redacción i-bejar.com
Julio 22, 2008

Cuando en 1981 Bruce Springsteen visitó España por primera vez y le dijeron que había fans que llevaban horas esperándole en el aeropuerto a su llegada, éste se dirigió a ellos y les dijo: “No vale la pena que estéis aquí. Mi música es mejor que yo mismo”

La Voz de Salamanca (Javier García Pedraz) / Cuando en 1981 Bruce Springsteen visitó España por primera vez y le dijeron que había fans que llevaban horas esperándole en el aeropuerto a su llegada, éste se dirigió a ellos y les dijo: “No vale la pena que estéis aquí. Mi música es mejor que yo mismo”.

Al día siguiente, ante un público extraño para el joven músico y fuera de todo pronóstico, Bruce dio el concierto que tantos críticos han venido a calificar como la mejor noche de rock que nuestro país recuerda. Springsteen por entonces era un músico de culto que todavía no se había convertido en ídolo en una España que poco a poco iba descubriendo el mundo del que formaba parte en silencio. La democracia era un bien reciente y todavía inestable: pocos meses habían pasado desde el intento de Golpe de Estado, y Bruce venía con algo más que rock and roll: “Be your own hero, search your own answers”. El discurso de Springsteen llegaba como agua de mayo en una España que vivía la resaca del 23-F, cuya democracia era todavía virgen y que se percibía cada vez más inestable por la crisis económica y las constantes convulsiones sociales que invadían el país.

Lo curioso de esto es que 27 años después, siendo España una democracia segura con unas libertades civiles amplias, el discurso humanista de Springsteen recobra aún más valor que entonces. Springsteen es un músico que encarna las voces de quienes más sufren la injusticia social. Él ya había sido la voz de la denuncia del racismo latente de su país con American Skin, denunció la homofobia al tiempo que ponía de manifiesto la marginación que sufren los enfermos de SIDA en Streets of Philadelphia, la hipocresía social ante la pobreza de los hermanos bajo el puente.

Con Magic, Springsteen ataca los mecanismos coactivos de la administración Bush, criticando la ausencia de libertades civiles y recordando que la democracia empieza por la paz y mediante las ideas. Pero Springsteen no se presenta con pretensiones proféticas, sino con una música armoniosa y elaborada que le ha permitido encontrarse con el ciudadano que se siente y que quiere ser.

Cuando ves a Bruce Springsteen a unos metros entiendes la auténtica vocación espiritual de un artista que lucha por envolverse con el público, al tiempo que le trasmite la sencillez como persona que encarna en su genial creatividad. Prueba de ello es su gusto por tocar las canciones que el público le pide.

En Barcelona, Bruce llevó en volandas al público, lo condujo al éxtasis del río de la esperanza que persigue en cada concierto para atacar nuevamente su propia idolatría. Se trata del ídolo que quiere ser reconocido como una persona responsable con el mundo en el que vive.

Estamos acostumbrados al desprecio y la altivz de las grandes leyendas del rock ante su público. Los continuos desplantes de los Rolling, los delirios mesiánicos de Sting y la indiferencia de Dylan en el escenario nada tienen que ver con la enérgica respuesta de energía y alma que Springsteen presenta sobre el escenario. En efecto, Bruce es un tipo que no quiere pasar a la historia como un mito, ni siquiera asume su papel como leyenda viva del rock. Springsteen abraza a sus anónimos seguidores, se desgañita para satisfacerles. Mientras otras leyendas del rock se esfuerzan por empañar la historia de una música que nunca muere, el jefe nos regaló una disparatada fiesta de más de tres horas que se torna un grito de esperanza ante un mundo que comienza a divisar el cambio necesario, en la que hubo sueños, ilusiones e ideas.

Probablemente Sprinsteen sepa que la muerte del idealismo es también la muerte de la libertad, e intenta difundir esperanza e ilusión por un mundo diferente de la forma que sabe, mediante el rock, sin olvidarse de que él todavía pertenece al grupo de los inmigrantes, parados, marginados y apestados por la sociedad clasista occidental. Y no se muestra como un triunfador sino como un ciudadano más, como una persona honesta que ha ganado la aparentemente contradictoria batalla entre la persona que es y el mito en que la sociedad occidental le ha convertido. El Boss tenía razón: vagabundos como nosotros, nacimos para correr.

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